Caso Peirano: quien grita muestra buenos pulmones, no buenas razones
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Cristián Saieh
La salida de la subsecretaria de Educación del designado gabinete de Michelle Bachelet revela cómo los movimientos estudiantiles manejarán sus pretensiones desde marzo: con una estrategia de confrontación.
El vocero de los secundarios, solo tres días después de la nominación de Claudia Peirano, declaraba con aspavientos -literalmente vociferaba- que los dichos de aquella cuestionando la educación gratuita “la inhabilitan como una interlocutora válida”. No pasaría una semana y renunciaba la subsecretaria. El gran Unamuno decía: “No basta con vencer, hay que convencer”, que parece ser una máxima que no conocen los dirigentes de los estudiantes que han revelado estar más dispuestos a imponer que a persuadir.
Complejos tiempos se vienen para el gobierno entrante que eligió a la primera de vuelta de un conflicto la estrategia de cesión, mostrando especial celo en no incomodar a los estudiantes. Peor aún esta actitud de la futura autoridad si tenemos presente que los estudiantes han reiterado que no aceptarán ninguna medida de la futura administración que no signifique satisfacer todas sus pretensiones.
El problema es que la parte que selecciona esta estrategia confrontacional de todo o nada, en este caso los dirigentes, confunde a la persona con el problema (Peirano y gratuidad), tratando a uno y otro de la misma manera. La frustración ante señales de la otra parte que no sean las que uno de los actores espera (la de Bachelet al nominar a la subsecretaria) lleva a los interlocutores a expresar su total rechazo y disconformidad. Así, el actor que confronta, culpa y habla de los otros con total autoridad en sus juicos, sin reconocer que pueden ser erróneos.
De muestra un botón. Uno de los dirigentes ponía la lápida a la designación de Peirano señalando que hacía un llamado “a la mandataria a que reconsidere… porque no puede haber una persona que esté contra de la educación gratuita… en ese cargo…”. Una reconsideración que no era más que una imposición, como demostraron los hechos. El problema es que con la actitud sumisa de la futura autoridad queda de manifiesto que los estudiantes serán premiados cuando gritan, lo que les reafirma que su estrategia de centrarse únicamente en sus intereses, desde luego legítimos, sin siquiera escuchar los de los otros actores, es la efectiva.
Es un mal comienzo imponer por uno de los actores una sola respuesta cuando la búsqueda de una solución debería ser un proceso participativo y no impositivo, especialmente si se trata de políticas públicas de educación, sustentos de un país que quiere llegar al desarrollo.
El caso Peirano una vez más nos muestra que el proceso de negociación por la educación lamentablemente se tornó desde hace años en una lucha de posiciones y fuerzas de coacción. Aunque parezca evidente, vale la pena insistir que todas las partes envueltas en el debate educacional están obligadas a negociar y no imponer. Los estudiantes una vez más gritaron y ganaron lo que parece demostrar que tener buenos pulmones y no buenas razones será la garantía de su éxito.